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Mostrando entradas de abril, 2016

Musa y poeta

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Erase una vez... una musa y poeta. Nació creyendo en el amor y la mataron al advertirle que el sentir convertía al más valiente de los guerreros en un simple prisionero. Y no lo supo, y no lo creyó hasta que mil veces golpearon su corazón con palabras que salían de una boca que solo buscaba otras lágrimas donde ahogar su dolor, otro cuerpo donde desprenderse de su ira, otros ojos donde reflejar su triste vida. Y a partir de ese instante, su corazón dejó de latir. El poeta mató a la musa, se desprendió de cada verso y acabó convirtiéndose en poesía.

Cadena perpeuta

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"Que la vida es mía  y no podéis tocarla" -Ayax y Prok- Nos hicieron infelices y a su medida,  prisioneros de nuestras propias ideas,  títeres de un mundo sin sentido. Nos hacían creer que podríamos llegar a cualquier parte del mundo pero ahí estaban ellos siempre un paso por delante, construyendo un muro, estableciendo un límite. Desde cuándo les hemos dado permiso para controlarnos,  por qué nos hablan como si no tuviéramos ni puta idea  cuando son ellos quienes no conocen el mundo.  Permitidme que me deshaga de todo lo que me ata a vuestras manos,  que la vida es mía y no podéis tocarla.  Nos vemos a las puertas del infierno,  donde los buenos buscan la venganza en los ojos de quienes les arrebataron el aliento y los malos arden entre gritos de arrepentimiento.

Ojalá

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Dimos mil pasos a ciegas y fueron mil veces las que nos equivocamos. Nos sentíamos solos, y en lugar de buscar nuestro lugar en este mundo, lo creamos al lado de alguien en nuestra misma condición. Buscamos el amor en unos brazos repletos de necesidad, en cuerpos que andan buscando un amor inventado. Ojalá pudiera leerse en los ojos de las personas el número de veces que pueden llegar a rompernos. Ojalá la probabilidad de fallar fuera tan improbable como la de saltar y caer de pie.

Y estalló Madrid bajo nuestros pies

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Quemar Madrid y ver el fuego a través de tu mirada que intenta comprender a su vez cómo hemos llegado hasta aquí, sentir tus dedos contando los kilómetros que hemos recorrido hasta pisar Gran Vía. Interpretar tu silencio como una derrota del dolor y tu sudor como la victoria del esfuerzo de toda una vida. Cogerte de la mano y enseñarte que sobrevivir entre llamas también puede considerarse vida, y que ver arder la bandera que teníamos como salvavidas es destruir todos los miedos que nos perseguían. Ya no necesitaremos milagros ni tréboles de cuatro hojas, porque la suerte somos tú y yo en un bar de Madrid intentando solucionar el mundo con dos cafés y un poema rozando tu boca.

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