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Mostrando entradas de octubre, 2015

Volver a pasar por el corazón

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Te miro y un sentimiento se desgarra de mi pecho, suspiro y el miedo intenta escapar de dentro. Es como saber que podrías ser feliz con alguien pero que nunca lo vas a ser porque la vida no quiere, porque no te conviene.  Y vuelves a ti, a decirte que basta, que ese pensamiento es como una calle sin final, como estar en un callejón con un muro tan alto que es imposible saltar.  Entonces te miras y ves las heridas descosidas, el corazón palpitando tan tan fuerte que está a punto de estallar. Se desata la ira e intenta huir por unos ojos que piden libertad. Deseas encontrar un camino que no te lleve al mismo final, el que se repite una y otra vez, el que no te deja respirar. Debe haber una fórmula de la felicidad que no contenga el secreto de tus labios pronunciando mi nombre ni tus ojos lanzándome un mensaje invitándome a bailar.

Seguir, persistir y jamás desistir

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La necesidad de dibujar con versos una realidad aparente que solo esconde en su interior  un caos, las ruinas de una vida en reconstrucción y un cielo gris sin previsión de que salga el sol. Existen unos objetivos establecidos,  quien se encuentra dentro de este sinsentido  lleva a cabo un plan con un comienzo y un final; se quiere y por eso se sostiene que se puede,   y a pesar del tiempo que requiere y de todas las críticas lanzadas desde bocas  que solo buscan corazones pesimistas, cuerpos cansados y miradas perdidas, aunque parezca imposible empezar de la nada,  tener que alzar al cielo una vida  que a los ojos de cualquiera está acabada, se demostrará a los ingenuos,  a los conformistas  y a todos aquellos que pusieron la negativa  delante de cualquier esperanza,  que no es cuestión de creencias,  únicamente se trata de esfuerzo, constancia y dedicación.

Desvestirse de libertad

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Tantas veces rozamos el suelo, tantas otras caímos, que tenemos miedo a volar. La valentía sirve poco cuando hemos estado más en la tierra que en el cielo. Cuando eramos ingenuos, cuando no sabíamos lo que era quedarse sin fuerzas para seguir el vuelo, lo hacíamos, y el único motivo por el que lo lográbamos era porque no sabíamos que había una mínima posibilidad de que algo saliera mal. Bendita infancia, que nos hacía invencibles y felices. Pero con los años se nos fueron cansando las alas, la diversión pasó a ser un hábito y ya no suponía ninguna emoción volver a tocar el cielo. Ahora que tenemos dañadas, quemadas y destrozadas las alas nos conformamos con andar, nos hemos obligado a olvidar la sensación que nos daba sentirnos libres.

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