Revolución
No hace falta tener delante un cuerpo sin vida para saber que has matado a alguien. Basta con mirarle a los ojos y ver en ellos el abismo, cómo evita tu vo z y le tiemblan las piernas cuando se pone con su falda favorita. Por miedo a que sea demasiado corta, o a que hoy no te apetezca verla así vestida. Le susurras al oído una orden disfrazada de amor envenenado y todo cambia. El cuarto se convierte en una jaula, la cama en una condena y tu cuerpo en unas cadenas que se sujetan con fuerza sobre sus caderas. Y ella queda inmovilizada con un grito atrapado en la garganta ante el miedo de querer huir y no poder. No hace falta verte las manos manchadas de sangre para llamarte asesino, porque no necesito ver ninguna prueba del delito para saber que la mataste con cada insulto, desprecio o silencio que le dedicaste para saciar tu rabia y tu vacío. Cuánto dolor arrojado por tu boca para ocultar todo lo que te odiabas, cuántos disparos lanzados con esas manos débiles e inútiles para disfraza